Capítulo 5
Un juego de manos
Jueves 26 de agosto.
Bill se despertó como todos los días muy de mañana, tan temprano que el sol ni si quiera daba sus inicios de que saldría.
Se bañó y se alistó con el uniforme que tanto aborrecía. La patética escuela les obligaba a usar uniforme, la camisa era verde y el pantalón gris liso. Bill definitivamente odiaba el verde como uniforme.
Él tenía que estar listo dos horas antes de la entrada, pues su recorrido era largo, y últimamente comenzaba a irse con el cielo menos amanecido, los cambios del clima comenzaban a hacer estragos, haciendo que el sol saliera minutos después de lo acostumbrado. Sobre todo, muy temprano hacía mucho fresco pero a media mañana el calor ya era prácticamente insufrible.
Su cumpleaños lo había pasado no como él pensó. Georg y Dulce habían sido prácticamente los únicos en acordarse, Fernando solo por estar ahí cuando Georg lo recordó. Uno que otro de sus antiguos compañeros le habló por teléfono más tarde.
Pero Dulce, Dulce era sin duda su mejor amiga y eso cada día él lo podía comprobar.
Ella incluso había llevado un pequeño obsequio para él, una linda pieza de vidrio, con unos dibujos esculpidos de unos muñequitos tomados de la mano, y en la parte de arriba una frase escrita “siempre seremos amigos, feliz cumpleaños” y así pretendía Bill que fuera, que siempre fueran amigos.
Por la tarde, Dulce fue a su casa, ella y algún viejo compañero de Bill, sin contar a la poca familia de él que fueron a verle… Bill no era muy sociable, pero aún conservaba amigos del secundario.
En la noche, cuando todos se fueron y Bill quedó solo, se entristeció sólo un poco, ninguno de los demás se había acordado, ni Silvania, ni Lareymi, tampoco Fahara, y mucho menos Wendy, era triste, si no fuera por Georg y Dulce, él se habría sentido como un mismísimo perro olvidado.
A la mañana siguiente, Bill se despertó no muy feliz, aquellos que él sentía sus amigos lo habían decepcionado en realidad, ¿Dónde había quedado esa supuesta lealtad? Parecía como si la hubiesen escondido o que Tom la hubiese esfumado con su sola presencia. Pero trató de no darle importancia a ese tema, tal vez ese chico solo apuró las cosas, y tarde o temprano así sucederían.
Llegó a la escuela finalmente, y comenzó a caminar directo a su salón de clases, pero con forme él iba avanzando, pudo escuchar una musiquilla sonar. Le pareció extraño, pero era en realidad una linda melodía, como esas que ambientan las películas románticas o los hermosos poemas. Sus pasos curiosos se aceleraron, deseando ver qué o mejor dicho quién era el que producía tan agradable música.
Llegó al umbral de la puerta y sin más abrió ésta, introduciéndose. Para su sorpresa él estaba ahí, Tom, sentado en su asiento, con la luz apagada, casi en la oscuridad y completamente solo… tan melancólico que Bill no supo que hacer.
Se quedó inmóvil, hasta que reaccionó y como acto reflejo encendió las luces. Ahí pudo ver claramente al rastado. Bill se asombró, en verdad no sabía que Tom fuese tan bueno para tocar la guitarra. Tom cubrió sus ojos de la luz con la mano, a modo de visera, hasta que sus pupilas se acostumbraron. Tom aún tenía la guitarra en la mano.
Bill se acercó a su asiento, el que estaba situado delante de Tom y dejó caer su mochila sin más, ni si quiera le miró. Se sentó y cruzó sus brazos por encima de la butaca, reposando su cabeza sobre sus brazos.
Tom comenzó a tocar las notas de nuevo y Bill se alegró de que volviese a tocar. Se quedó en silencio, apreciando la melodía. Tom no dijo nada, ni si quiera buenos días, pero a Bill eso no le importaba. Él prefería evitarse las hipocresías de saludarlo, pero la música sí le gustaba.
Conforme fueron entrando los demás compañeros, Tom apartó su guitarra, y la música hermosa que él tuvo la oportunidad de apreciar cesó. El que Tom le cayera mal no significaba que iría a negar que tocaba excelente, tenía el don para hacerlo y era bastante notorio.
Bill todavía seguía sentido con sus amigas, nunca se habían olvidado de él de esa manera y eso le dolía bastante, lastimaba su orgullo y más porque él era siempre el que recordaba las fechas de todos, el que organizaba las fiestas sorpresas o el que hacía la cooperación para comprar la tarta o pizza en el salón… para él eso era demasiado importante, el que cada cumpleaños de uno de sus amigos fuera un buen día, incluso si se podía, hacerlo sentir inolvidable. Pero por lo visto, sus amigos no eran como él, y ahora con Tom, las cosas comenzaban a tomar otro giro.
Bill odiaba sentirse tan dependiente, odiaba buscar la aprobación de ellos y más odiaba necesitar que le tomaran en cuenta, pero él era así, y no podía cambiar por mucho que lo intentara.
Todas las amigas de Bill comenzaban a coquetearle al rastado y Bill algunas veces les dijo que no estaba bien, pero ellas lo negaban, aunque Bill nunca les creía.
Sí, Tom era guapo, pero no era como para estar detrás de él todo el santo día. Había chicos mucho más guapos y populares en el instituto ¿Por qué de pronto todas estaban tras Tom? ¿Qué tanto le veían? ¿Qué era el nuevo? Sí, era el nuevo, y las chicas siempre se tendían sobre el nuevo. El año anterior cuando Alberto entró a clases, ya con el curso avanzado, las chicas se volvieron locas por él, hasta que se acostumbraron a su presencia y lo dejaron finalmente en paz y parecía que con Tom sería lo mismo.
La maestra Rosario entró, la de la clase de los jueves a la primera hora y les tocaba
Administración empresarial.
Como siempre, la maestra era muy platicadora. Bill se acercaba a ella y la plática fluía sola, así lo hacían casi todos los del grupito de amigos de Bill, pues su punto débil era la conversación y muchas veces, en los otros años, la enrollaban tanto que terminaba por darles 15 minutos de clase, en vez de la hora completa.
Bill y Dulce tenían a la maestra muy entretenida en la conversación, ya que ella siempre padecía mal de amores. Era una madre soltera y a veces tenía algún novio y luego terminaban por no gustarle ya sea su manera de pensar o como trataban a sus hijos, las amigas de Bill tampoco podían negar que era el tema de nunca acabar, buscar a la pareja perfecta, al novio ideal. Así que era la mejor manera de mantener entretenida a la maestra.
La clase llevaba 15 minutos de atraso por tal motivo, había un alboroto completo en el salón, se miraban varios grupitos, y cada uno entablando su propio tema.
Tocaron la puerta y todos corrieron a sus respectivos asientos, no fuera a ser que quien checaba a los maestros y le pusieran tache a la maestra obligando a cambiar sus métodos, incluso peor, que le quitaran al grupo, con tal de andar vagueando, el grupo hacía todo por encubrirla.
La maestra abrió la puerta poniéndose nerviosa, pero para la buena suerte, era Rossy, la conserje.
—Disculpe maestra ¿me podría prestar a unos alumnos? Les llaman de la Dirección.
—Sí, claro. — asintió esta.
—Me presta a Bill, a Fer, Rubén y Tom…? Si pueden traerse consigo, lápices, pluma y borrador. — comentó.
A Bill no le gustó mucho la idea, sobre todo porque también habían llamado a Tom.
La maestra asintió, haciendo ademanes con la mano para que los alumnos mencionados fueran tras de Rossy y así lo hicieron. Los cuatro chicos se pudieron de pie. Bill tomó sus cosas, incluyendo la bolsita lapicera donde solía guardar sus útiles, y salió del salón en compañía de los otros mencionados.
Al llegar a la dirección, Rossy se metió a la oficina del subdirector, dejando a los chicos en la recepción, donde estaban algunas secretarias.
Bill buscó a Fidel, el otro conserje con su vista y a Carmelita, la secretaria que lo cambió de salón. No quería estar ahí cerca de Tom así que se aproximó hacia Carmelita y comenzó a platicar con ella. Rubén, Fernando y Tom, se quedaron esperando que regresara.
Para cuando Bill terminó de platicar, se dio cuenta que sus compañeros no estaban. Se acercó a una de las secretarias que estaba en donde sus compañeros se habían quedado y le preguntó por ellos. La secretaria le respondió que se los habían llevado a la biblioteca, así que Bill, apuró a sus pies para llegar.
Entró sigiloso y buscó con la vista al subdirector, pero no lo encontró. Solo miró a Tom en una de las mesas. No quería hablarle, no quería doblar su orgullo, pero en vista de no haber nadie más, lo consideró necesario, no le quedó de otra más que aproximarse y preguntar para que les llamaban.
— ¿Q… qué pasó? — Bill vio que en las manos de Tom había como un examen, una larga hoja llena de preguntas, no era una hoja, eran varias -¿Es un examen?- preguntó.
—Sí, es para la prueba de concurso.
¡Las pruebas de concurso! Bill recordó que su escuela hacía ese tipo de cosas.
Años atrás Bill ya había participado en esas pruebas. El instituto escogía algunos de sus alumnos más destacados de todo el plantel y les hacían un examen sorpresa para ver como andaban en calificación, así podían hacer un censo al alumnado y a los maestros. De esta manera calificaban a ambos.
Pero Bill no le pareció gracioso que llamaran a Tom, para él, Tom era un chico cabeza dura, que se la tiraba de popular, pero ¿Qué de inteligencia podía tener? era un holgazán bajo sus ojos, de esos que no hacen nada y mucho menos estudiar.
— ¿Haces prueba de concurso? — preguntó Bill, incrédulo, no creyendo lo que sus ojos veían. Mucho menos que hubiesen llamado al rastado.
—Sí, claro, ahí está la tuya. — y señaló otro examen en frente del suyo.
— ¿La mía? — a Bill no le extrañaba que le llamaran.
—Sí.
— ¿Y qué hace ahí? ¿Dónde están los demás? — interrogó
—Los han puesto de dos en dos en cada mesa, a nosotros nos ha tocado aquí, dependiendo de la asignatura, mira — señaló —, ellos vienen de otras escuelas y harán prueba de lo mismo que tú y yo, por eso están aquí. —ese ‘tú y yo’ no le gustó nada a Bill. Se giró al otro extremo de la mesa sentándose, tomó el examen entre sus manos y lo analizó.
Inglés, Física.
— ¿De qué son los tuyos? — preguntó Bill al ver que tenía al igual que él dos exámenes.
— Geografía e Historia. — respondió, mirando relajado. Por primera vez se miraba diferente, sin ese toque de arrogancia que lo caracteriza.
— ¿Historia y Geografía? — Bill no se lo podía creer. Para hacer un examen de historia que representara a todo el plantel, y que la dirección lo eligiera para representación, debía ser muy bueno en ello.
—Sí. — Murmuró — ¿Y tú?
—Física e inglés. — respondió sintiéndose más en confianza.
¿En verdad lo habían elegido? Bill no daba crédito. Se habrían equivocado… fijos, pensó.
—Eres bueno con los idiomas ¿no? — Bill enarcó una ceja, sonriendo de lado, y justo en ese momento Tom se mordió el labio inferior, después humedeció su labio, no sin antes mover el aro que le adornaba la boca con la punta de la lengua… ¿estaba… estaba coqueteándole? Un nerviosismo recorrió en Bill hasta la médula y tuvo que bajar la vista por necesidad para no sonrojarse por la manera de morderse el labio Tom.
—No, no lo creo. — respondió Bill, clavando su vista en las hojas del examen.
—Yo creo que sí, sino, no te hubieran elegido. — murmuró por lo bajo y eso hizo sonreír a Bill en su intento de halago.
…
Cada prueba sería de 10 hojas aproximadamente, estaba bastante difícil y ellos ya tenían respondiendo sus exámenes como dos horas. Bill tenía las piernas entumidas y Tom se removía a cada rato. Lo único que quería Bill era ya terminar para irse a su casa.
— ¿Tienes un borrador? — preguntó bajamente Tom.
Otra vez con lo mismo, pensó Bill
Bill agarró su estuche de lápices y lo abrió, dejando caer todo sobre el escritorio, justo en medio de este, haciéndolo de muy mala gana.
—Si quieres algo, lo tomas y listo. —sin girar a mirarlo, Bill continuó con su examen, pero por el rabillo del ojo observaba como sonreía coquetamente.
¡Mierda! ¡Que encantador se miraba! Pensó para sus adentros, lo que dieran las amigas de Bill por estar mirando las caras que hacía. Bill se dijo que tal vez el chico no estaba tan mal después de todo, quizá el que le desagradara su conducta no le hacía justicia, miró el brillo de sus labios, su piel bronceada y… sacudió la cabeza, espantando esos absurdos pensamientos. No debía pensar así.
Tom comenzó a dar pequeñísimos botes a causa de aguantarse la risa. Si seguía riéndose acabaría contagiando a Bill también.
No lo pudo evitar y finalmente Bill comenzó a reírse también. Ambos volteaban a mirarse cada tanto llevándose las manos a la boca en un afanoso intento por menguar las risas pero que inevitablemente no funcionaba.
—Si continúan riéndose serán suspendidos. — sentenció la que supervisaba.
Haciendo un grandioso esfuerzo Bill apartó la vista de su compañero y se concentró mejor en su examen, no estaba para andar con jueguitos y menos bajo tiempo de presión.
Los minutos habían pasado y cada uno estaba absorto en su propio estudio. Bill continuó cuando de pronto se dio cuenta que una respuesta estaba mal, tenía que corregirla antes de lo olvidara.
Llevó su mano hasta el centro de la mesa, donde había depositado todas sus cosas, estiró la mano, sin ver, buscando dar con el grosor de la goma de borrar, pero en vez de tomar este tomó entre sus dedos el dedo de Tom.
Se sintió nervioso y como acto reflejo lo soltó al instante. Un hormigueo le recorrió por todo el brazo y alzó la vista, topándose nuevamente con la mirada nerviosa de Tom ¿se había puesto nervioso también?
Tom sonrió y apartó su mano. Bill tomó el borrador rápidamente y borró lo que necesitaba, llevándolo de nuevo al centro de la mesa. Pero no podía dejar de pensar que por error había tomado el dedo de Tom, y sus mejillas ardiendo le hacían que no lo pudiera olvidar.
…
Los minutos pasaban. Ya se había convertido un juego de manos, cada vez que Bill quería tomar ya sea un lápiz, el bolígrafo o el borrador, Tom acercaba su mano y Bill comenzó a pegarle encima de esta a modo de juego para que la alejara, como si de una mosca se tratase. Ambos parecían estar más concentrados en su divertido juego de manos que en el examen mismo. Los dos se divertían y Bill parecía que comenzaba a olvidar que tan mal le caía Tom.
Sus risas se volvieron cómplices, y con la mirada empezaron a entablar una amistad.
Quizá y no fuera tan pesado ya conociéndole.
Bill notó que Tom estaba dejando de ser odioso con él.
Al término del examen, que duró más de 3 horas, los dos salieron exhaustos. Bill estiró sus brazos y Tom bostezaba. Bill deseo salir bien, ya que en gran parte su beca dependía de la calificación.
Ambos chicos comenzaron a caminar en silencio hacia el mismo destino. Sus mochilas habían quedado en el aula, y seguramente estarían solas, pues al parecer ya todos sus compañeros se habían marchado.
— ¡Hey! he visto que vas al centro ¿quieres que te lleve? — preguntó Tom.
—No, gracias. — respondió Bill sin ser cortante, ofreciéndole una sonrisa. Tom había hecho que Bill se quitara de la cabeza la mala imagen que tenía acerca de él.
— ¿Te caigo mal? — preguntó directo.
A Bill le entró la risa floja y se vio en la necesidad de soltar una estruendosa carcajada. No pretendía decirle que sí, aunque después de todo, ya no le caía tan mal.
—No. — respondió entre las risas.
—Entonces ¿Por qué no dejas que te lleve? — y la risa a Bill se le bajó de tajo.
—Está bien — dijo Bill, jactándose —, si quieres llevarme no te negaré ese privilegio. — y le sonrió mirando fugazmente en su dirección, con egocentrismo. Tom sonrió, pero sonrió como nunca le había visto una sonrisa… llena de…llena de sensualidad.
Por la cabeza de Bill pensamientos extraños comenzaron a pasear, pero no debía de pensar que Tom era sensual, no lo debía permitir, no estaba para flirtear y mucho menos que con él… de nuevo espantó esas escabrosas ideas de su mente. Él solo debía comprometerse con sus estudios y no con chicos que luego le rompieran el corazón.
Se subieron al auto.
…
— ¿Y dónde vives? — preguntó Tom.
—Muy lejos. — contestó Bill, perdiendo su vista a través de la ventana, sintiendo como el viento jugaba con sus cabellos, enmarañándolos.
— ¿No me vas a decir en dónde vives?
—No, con que me lleves al centro estará bien.
— ¿No quieres que te lleve a tu casa? — Bill negó — ¿Prefieres que te deje en el centro?
—Sí.
Bill se sentía un tanto incómodo, la verdad es que no le tenía mucha confianza ni nada como para pedirle que le llevara hasta su casa, que quedaba cruzando toda la ciudad. Sobre todo que no había mucho tema de conversación entre él y Tom. Apenas había cruzado unas cuantas palabras. Esto de aceptar el viaje había sido un error bajo los ojos de Bill, pero no había manera de regresar el tiempo.
De pronto Bill vio como Tom desviaba la ruta.
— ¿Qué haces? — preguntó Bill rápidamente, había girado por un camino que iba en sentido contrario al centro de la ciudad, que era en donde él tomaba el bus.
—Pues si no me dices en donde vives, no te llevo a ningún lado.
—Si haces eso, te acusaré de intento de secuestro.
—Si te secuestro, no podrás dar aviso a ningún lado. — Amenazó — ¿Seguro que no me vas a decir? — sonrió traviesamente. Bill le miró amenazante.
— ¿En verdad no piensas llevarme al centro?
—No te llevaré, si quieres te llevo a tu casa, pero tendrás que decirme en donde es.
En que aprietos ponía a Bill.
Durante algunos minutos ninguno de los dos dijo nada. Tom conducía en silencio rumbo a la salida de la ciudad, y Bill por dentro comenzaba a frustrarse. Tom manejaba con su pose de chulo, con un brazo flexionado saliendo por la ventana levemente y sosteniendo el volante con la palma de la otra mano. Lo clásico de los chicos que se la dan de galanes. Pero eso causó gracia a Bill, incluso por un momento se le hizo agradable verlo así.
Bill se recriminó mentalmente, no debía pensar que era agradable, no debía pensar que era guapo, era un tío presumido y seguro era que no se fijaría en él. Pero una vez más Bill se recriminó aún más si se podía, ¿Cómo era posible que estuviera pensando en si Tom se fijaría en él? Era la estupidez más grande pensada por su cabeza.
¡¡Por dios!! Que yo no tengo por qué andarme preocupando si se fijará en mi o no, puesto que no me importa lo más mínimo y absolutamente nada de él, pensó Bill, engañándose.
Si le decía en donde vivía no pasaría nada. Simplemente le dejaría y ya, listo, sería todo.
Cruzó por la cabeza de Bill la idea de mentirle, pero no tendría caso. Mentir no iba con él.
—Dobla a la derecha. — murmuró Bill, vencido.
— ¿Me dirás en dónde vives?
—Que sí. — respondió en tono fatigoso.
Bill le fue explicando cómo llegar hasta su casa y finalmente lo dejó justo frente a su puerta.
Ahora Tom ya sabía en donde vivía Bill. Genial, había permitido que el chico que más mal le caía lo llevara a su casa.