Capítulo 4
Feliz cumpleaños
Mismo día
Bill caminó hasta la parada del bus con pesadez. No podía creer aún que sus amigos les estuvieran dando la espalda, y aún conservaba una pequeña esperanza de ilusión que lo mantenía en pie, creyendo ingenuamente que sus amigos le estaban tendiendo una treta con el pretexto de sorprenderlo.
Al llegar a la parada se encontró con una compañera del año anterior.
— ¡Hola Bill! — le saludó esta.
—Hola, Indira. — respondió él.
—Hacía mucho que no te veía.
—Y yo a ti. Hasta pareciera que ya no vamos a la misma escuela.
Bill e Indira rieron por lo bajo, con complicidad, pero pronto Bill volvió a su postura seria, marcando los gestos de su cara con cierta dureza.
¿Te pasa algo?
-No- Bill se apresuró a responder, pero por dentro se estaba quemando de coraje.
El bus llegó y él se subió junto con Indira. Afortunadamente ella estuvo ahí, así que el camino no fue tan tedioso y favoreció a Bill haciendo que por un momento se olvidara de lo sucedido hacía pocos minutos.
Llegaron al centro de la ciudad y Bill volvió a tomar el bus que ahora le llevaba a casa. Con eso que Bill en su empeño por estar en ese instituto, le hacía tomar dos buses. Ahí volvió aponerse pensativo.
Al llegar a casa, su hermana lo esperaba.
—Bill, apúrate. — le apresuró al escuchar el característico rechinido de la puerta al abrirse.
—Ya voy, si apenas estoy llegando. — le respondió con reniego.
Su hermana estaba tan apurada por que se le hacía tarde para ir a la universidad, pero no podía irse porque alguien debía quedarse con su mamá. Bill cerró la puerta y tiró la mochila en el sillón de la sala en dirección a la voz que le llamaba.
— ¿Qué sucede?
—Mamá. — alcanzó a responder su hermana.
Bill corrió a toda prisa y ahí la vio, tirada en el piso nuevamente. Se asustó, era normal siempre asustarse, pero sabía que en un momento ella se recuperaría, o al menos así le gustaba pensar a Bill. Corrió y prendió el ventilador, colocando la dirección del viento justo frente a al rostro de su madre, mientras su hermana pasaba por la frente de su madre un pequeño algodón empapado de alcohol para hacerla reaccionar.
— ¿Tiene mucho así?
—No, le acaba de dar. — respondió Marie.
La madre de Bill padecía una enfermedad casi desde el momento en que nació. Ella era epiléptica, por lo tanto Bill y Marie cuidaban siempre de ella cuando le daban ataques. Afortunadamente no eran muy severos, no como a otras personas les daban. Pero con los que su mamá padecía, bastaba y sobraba para preocuparlos. La madre de Bill, siempre debía estar al pendiente de tomarse la medicación, y aun así a ella le continuaban los ataques epilépticos.
—Si quieres irte, yo me quedo con ella. — le propuso Bill a su hermana.
—Okay. — respondió Marie tomando sus cosas para la universidad. Se despidió de Bill, alzando la mano con una sonrisa en los labios.
Su madre pronto se sintió mejor y se acostó a dormir un instante.
Bill estuvo esa tarde un poco apagado. Buscaba que hacer, pero no encontraba nada. Ni si quiera en la tele había algo entretenido. Sin embargo, no era precisamente eso lo que a él le tenía tan desganado, más bien, era que estaba triste por lo de sus amigos, y ese Tom estaba comenzando a dejar su paciencia en el olvido.
Por un prolongado rato, permaneció en silencio observando el techo.
—Tengo que hacer algo para que ellos se den cuenta de la clase de farsante que es. — pensó para sí.
Pero Bill se engañaba. Sabía que no sería capaz de hacer nada en contra de nadie. Era un poco… se podría decir ‘tonto’ de tan buena gente que solía ser.
Martes 24 de agosto
Bill se despertó cuando su hermana comenzó a entonar con su linda voz, una conocida melodía.
Sí, ese día Bill cumplía años.
Entre Marie y su madre, en medio de la oscuridad aparecieron con un pastel cubierto por pequeñas velas prendidas que alumbraban la oscura habitación. Bill sonrió al verlas, un tanto cómicas, sin maquillaje y con los pijamas aún puestos, al igual que él.
—Gracias. — sonrió adormilado, con los ojos hinchados a causa de recién despertarse.
—Sóplale. — corearon su madre y su hermana y Bill así lo hizo.
La noche anterior se había dormido temprano para no seguir pensando en el mismo tema, ya que cada vez que hacía un plan mental, se recriminaba y llegaba a la conclusión de lo absurdo que sería buscar una ‘venganza’ que ni si quiera había que cobrar. Optó por dormir y dejarlo a la suerte, tal vez el comienzo de un nuevo día le iluminaría la cabeza y tomaría una sabia decisión.
— ¡Felicidades, dormilón! — soltó su hermana tendiéndole los brazos, Bill elevo su cuerpo hasta quedar sentado y le correspondió el abrazo, sintiendo como lo estrujaba, casi sacándole el aire.
—Gracias.
Su madre colocó el pastel a un costado de sus pies y le ofreció otro abrazo.
—Feliz cumpleaños hijo. Dios te bendiga.
—Gracias mamá.
Bill no lo podía creer, cumplía por fin 17 años, lo que indicaba que cada vez estaba más próximo a su mayoría de edad. Ahora solo faltaba un año y podría hacer lo que le viniese en gana.
— ¿De dónde lo han sacado? — preguntó señalando el pastel.
— ¡Oh! — Marie sonrió divertida.
—Era una sorpresa. — dijo su mamá.
Bill agradeció ese gesto, ya que su madre era una persona poco expresiva de afecto. Por lo tanto el día estaba comenzando bien y, esperaba así continuara. Marie prendió la luz de su habitación, y Bill pudo ver el pastel claramente. Era de chocolate, Bill amaba el chocolate y quien le conociera sabía de sobra por su obsesión hacia él.
Se levantaron rumbo a la cocina y entre los tres partieron esa deliciosa tarta que Bill no dejaba de observar, hasta que finalmente la probó. Ese fue su desayuno, y no había nada mejor que desayunar chocolate, una tarta de chocolate. Se levantó de la mesa, y se alistó igual que todos los días.
Se vistió con el uniforme que veía de lo más patético. Bill odiaba su uniforme, verde, siempre fue verde, incluso en sus otros institutos. Tomó sus cosas y caminó hasta la parada del bus viendo como su hermana se desviaba en la calle esquina para ir a la universidad, dejando de ver su silueta en medio del día que aun parecía no nacer.
Todo estaba oscuro. Bill tomó el bus, llegó a la parada en el centro de la ciudad y tomó de nueva cuenta el que lo llevaba rumbo al instituto.
Bill, un poco angustiado, recordó que sus amigos no le habían dado oportunidad de avisarles. Esperaba que lo recordaran, pero más esperaba que todo fuese mentira. Se lo repetía una y otra vez en su mente.
Al llegar a la escuela, entró como todos los días, tratando de evitar los nervios que le recorrían el cuerpo con cada paso que le aproximaban al salón. A unos cuantos pasos, logró escuchar voces provenientes del su aula, seguramente ya había llegado alguien más.
Asomó su cabeza e identificó a Georg, Fernando y Tom, sentados en el sitio favorito de los alumnos: el escritorio de los profesores. Bill actuó normal, tratando de no demostrar nada para ver si ellos se acordaban por si solos.
Si algo había que lo emocionara al llegar el día de su cumpleaños, no eran los regalos, no era que le sorprendieran con fiesta, era solamente eso, que lo felicitara, que le dieran sus buenos deseos, pero más que nada que ellos se acordaran por sí solos, y ahora todo era obligado a ser así. Ya que no le dijo a nadie, ni si quiera a Dulce.
Bill dejó su mochila en el sitio que le correspondía sentarse y se encaminó a donde los tres chicos se encontraban. A pasos antes de llegar, escuchó como Fernando explicaba.
—Yo tengo como 3 años ¿Tú cuanto tienes?
—Creo que…— hizo un gesto dubitativo —unos 8 años- respondió Tom.
—Comenzaste muy pequeño. — Comentó Fernando
—Aquí Tom es un master en eso. — sonrió Georg.
—Jajaja — todos se rieron.
Aún Bill no comprendía de qué iba la plática, pero intentaba entender sobre qué hablaban. Se situó a un lado de Georg, buscando refugiarse prácticamente en él ya que era al que más confianza tenía de los tres. Veía tan entretenidos a Fer y Geo que se preguntó a sí mismo. ¿Qué tenía ese Tom para que a todos les cayera bien? No lo entendía, a él no se le hacía tan gracioso y carismático.
—Hola, Bill. — saludó Fer después de Geo.
—Buenos días. — respondió Bill sonriendo para todos, con esa particular sonrisa sincera.
Tom no dijo nada.
— ¡Ah! — gritó de pronto Georg con cierta emoción. Su cara dibujaba una gran sonrisa excitada — Sí, sí, sí ¡¡¡Hoy es tu cumple!!! — gritó a punto de un colapso.
Bill sonrió, eso alegraba de sobremanera su día. Georg lo había recordado, había sido el primero en recordarlo. Las mejillas de Bill se sonrojaron en respuesta. Para él era agradable saber que alguien lo recordaba y asintió.
Georg le extendió los brazos y Bill se lo correspondió abriendo los suyos, mientras recibía un abrazo afectuoso. Georg le alzó por los aires un tanto divertido mientras le rodeaba con sus fornidos brazos, mientras Bill sonreía.
—Estas hecho un costal de huesos— dijo mientras le bajaba al suelo -Muchas felicidades... A ver si para el otro año le echas unos kilos más- bromeó cuando terminó por bajarlo.
—Habrá que comer mucho. — Bill respondió, divertido, al tiempo que se tocaba la barriga mientras los brazos de su amigo le liberaban.
Sonrieron.
Fernando extendió sus brazos también. Este, sin ser tan demostrativo, le abrazó y palmeó su espalda.
— ¡Felicidades, Bill!
—Gracias- respondió.
— Nos estamos haciendo viejos.
—Ya lo creo, dentro de pronto me saldrán las canas. — Bill se burlaba de sí mismo, estaba tan contento.
Volvieron a reírse, pero las risas fueron cesando. Permaneciendo unos segundos en un silencio que se tornó incómodo. Georg y Fernando estaban esperando a que Tom le felicitara, pero Bill no lo estaba ni deseando ni esperando.
Sus miradas insistentes impacientaron a Tom, quien decidió voltear la vista hacia la venta en donde se distinguían unos árboles.
— ¡Hoy es su cumple! ¿No lo vas a felicitar? — le preguntaron al chico rubio, comprometiéndolo.
Este se encogió de hombros, esbozando una mediana sonrisa un tanto forzada.
—No es necesario. — contestó Bill con apremio, antes de que él dijese algo. Finalmente no era su amigo, y poco o nada le importaba si él tenía la amabilidad de hacerlo. Ya sabía que era un grosero, así que nada le asombraba de él.
Pero para su sorpresa, Tom sonrió, sonrió de una extraña forma y Bill se percató de ello. El rastado se llevó una mano a la nuca, sobándola y como si le costase mucho esfuerzo, por el gesto que hizo, se acercó unos pasos con nerviosismo.
Bill sentía que si Tom lo felicitaba no tenía validez, ya que prácticamente sus compañeros lo estaban obligando a hacerlo. Trató de hacerse el desentendido y suspiró desanimado, buscando la mirada de Georg. Pero este abrió los ojos desmesuradamente. Bill giró su vista a donde miraba Georg, en una reacción imprevista y por extraño que pareciera, Tom se acercó a Bill, lo atrapó en sus brazos casi al tiempo que sintió como sus músculos se contraían tensándose. Bill comenzó a respirar agitadamente, el corazón le palpitó y casi una milésima de segundo pasó cuando lo soltó.
Bill sólo no tuvo tiempo para hacer nada. Se había quedado con los brazos a los costados en posición rígida y con los ojos como platos, sintiendo como esos brazos le estrujaron tan fuerte que casi no pudo respirar por ese segundo.
— ¡Felicidades! — se escuchó su ronca voz, mientras su aliento chocaba sobre su oreja, alejándose.
—Gracias. — respondió Bill casi en estado de shock.
Fue raro.
Bill no lo esperaba. Pero lo más extraño era, que Tom lo abrazó con fuerza, no como alguien que se veía comprometido a hacerlo. En ese abrazo deposito mucha fuerza, mucha atención, mucha...
Hasta pareció que lo hizo con ganas de hacerlo.
Bill se quedó mudo. Sonrió comprometido en respuesta y apenado. No sabía ni cómo reaccionar a continuación.
Por su cabeza pasaban un sin número de preguntas ¿Qué había sido ese abrazo del chico nuevo? Después de que Tom felicitara a Bill, no le dio la cara. La esquivaba como si le diera vergüenza mirarlo a los ojos.
Georg pareció notar la tensión que comenzó a surgir en el ambiente y buscó como cortarla haciendo preguntas a Bill acerca de su cumpleaños.
Su madre colocó el pastel a un costado de sus pies y le ofreció otro abrazo.
—Feliz cumpleaños hijo. Dios te bendiga.
—Gracias mamá.
Bill no lo podía creer, cumplía por fin 17 años, lo que indicaba que cada vez estaba más próximo a su mayoría de edad. Ahora solo faltaba un año y podría hacer lo que le viniese en gana.
— ¿De dónde lo han sacado? — preguntó señalando el pastel.
— ¡Oh! — Marie sonrió divertida.
—Era una sorpresa. — dijo su mamá.
Bill agradeció ese gesto, ya que su madre era una persona poco expresiva de afecto. Por lo tanto el día estaba comenzando bien y, esperaba así continuara. Marie prendió la luz de su habitación, y Bill pudo ver el pastel claramente. Era de chocolate, Bill amaba el chocolate y quien le conociera sabía de sobra por su obsesión hacia él.
Se levantaron rumbo a la cocina y entre los tres partieron esa deliciosa tarta que Bill no dejaba de observar, hasta que finalmente la probó. Ese fue su desayuno, y no había nada mejor que desayunar chocolate, una tarta de chocolate. Se levantó de la mesa, y se alistó igual que todos los días.
Se vistió con el uniforme que veía de lo más patético. Bill odiaba su uniforme, verde, siempre fue verde, incluso en sus otros institutos. Tomó sus cosas y caminó hasta la parada del bus viendo como su hermana se desviaba en la calle esquina para ir a la universidad, dejando de ver su silueta en medio del día que aun parecía no nacer.
Todo estaba oscuro. Bill tomó el bus, llegó a la parada en el centro de la ciudad y tomó de nueva cuenta el que lo llevaba rumbo al instituto.
Bill, un poco angustiado, recordó que sus amigos no le habían dado oportunidad de avisarles. Esperaba que lo recordaran, pero más esperaba que todo fuese mentira. Se lo repetía una y otra vez en su mente.
Al llegar a la escuela, entró como todos los días, tratando de evitar los nervios que le recorrían el cuerpo con cada paso que le aproximaban al salón. A unos cuantos pasos, logró escuchar voces provenientes del su aula, seguramente ya había llegado alguien más.
Asomó su cabeza e identificó a Georg, Fernando y Tom, sentados en el sitio favorito de los alumnos: el escritorio de los profesores. Bill actuó normal, tratando de no demostrar nada para ver si ellos se acordaban por si solos.
Si algo había que lo emocionara al llegar el día de su cumpleaños, no eran los regalos, no era que le sorprendieran con fiesta, era solamente eso, que lo felicitara, que le dieran sus buenos deseos, pero más que nada que ellos se acordaran por sí solos, y ahora todo era obligado a ser así. Ya que no le dijo a nadie, ni si quiera a Dulce.
Bill dejó su mochila en el sitio que le correspondía sentarse y se encaminó a donde los tres chicos se encontraban. A pasos antes de llegar, escuchó como Fernando explicaba.
—Yo tengo como 3 años ¿Tú cuanto tienes?
—Creo que…— hizo un gesto dubitativo —unos 8 años- respondió Tom.
—Comenzaste muy pequeño. — Comentó Fernando
—Aquí Tom es un master en eso. — sonrió Georg.
—Jajaja — todos se rieron.
Aún Bill no comprendía de qué iba la plática, pero intentaba entender sobre qué hablaban. Se situó a un lado de Georg, buscando refugiarse prácticamente en él ya que era al que más confianza tenía de los tres. Veía tan entretenidos a Fer y Geo que se preguntó a sí mismo. ¿Qué tenía ese Tom para que a todos les cayera bien? No lo entendía, a él no se le hacía tan gracioso y carismático.
—Hola, Bill. — saludó Fer después de Geo.
—Buenos días. — respondió Bill sonriendo para todos, con esa particular sonrisa sincera.
Tom no dijo nada.
— ¡Ah! — gritó de pronto Georg con cierta emoción. Su cara dibujaba una gran sonrisa excitada — Sí, sí, sí ¡¡¡Hoy es tu cumple!!! — gritó a punto de un colapso.
Bill sonrió, eso alegraba de sobremanera su día. Georg lo había recordado, había sido el primero en recordarlo. Las mejillas de Bill se sonrojaron en respuesta. Para él era agradable saber que alguien lo recordaba y asintió.
Georg le extendió los brazos y Bill se lo correspondió abriendo los suyos, mientras recibía un abrazo afectuoso. Georg le alzó por los aires un tanto divertido mientras le rodeaba con sus fornidos brazos, mientras Bill sonreía.
—Estas hecho un costal de huesos— dijo mientras le bajaba al suelo -Muchas felicidades... A ver si para el otro año le echas unos kilos más- bromeó cuando terminó por bajarlo.
—Habrá que comer mucho. — Bill respondió, divertido, al tiempo que se tocaba la barriga mientras los brazos de su amigo le liberaban.
Sonrieron.
Fernando extendió sus brazos también. Este, sin ser tan demostrativo, le abrazó y palmeó su espalda.
— ¡Felicidades, Bill!
—Gracias- respondió.
— Nos estamos haciendo viejos.
—Ya lo creo, dentro de pronto me saldrán las canas. — Bill se burlaba de sí mismo, estaba tan contento.
Volvieron a reírse, pero las risas fueron cesando. Permaneciendo unos segundos en un silencio que se tornó incómodo. Georg y Fernando estaban esperando a que Tom le felicitara, pero Bill no lo estaba ni deseando ni esperando.
Sus miradas insistentes impacientaron a Tom, quien decidió voltear la vista hacia la venta en donde se distinguían unos árboles.
— ¡Hoy es su cumple! ¿No lo vas a felicitar? — le preguntaron al chico rubio, comprometiéndolo.
Este se encogió de hombros, esbozando una mediana sonrisa un tanto forzada.
—No es necesario. — contestó Bill con apremio, antes de que él dijese algo. Finalmente no era su amigo, y poco o nada le importaba si él tenía la amabilidad de hacerlo. Ya sabía que era un grosero, así que nada le asombraba de él.
Pero para su sorpresa, Tom sonrió, sonrió de una extraña forma y Bill se percató de ello. El rastado se llevó una mano a la nuca, sobándola y como si le costase mucho esfuerzo, por el gesto que hizo, se acercó unos pasos con nerviosismo.
Bill sentía que si Tom lo felicitaba no tenía validez, ya que prácticamente sus compañeros lo estaban obligando a hacerlo. Trató de hacerse el desentendido y suspiró desanimado, buscando la mirada de Georg. Pero este abrió los ojos desmesuradamente. Bill giró su vista a donde miraba Georg, en una reacción imprevista y por extraño que pareciera, Tom se acercó a Bill, lo atrapó en sus brazos casi al tiempo que sintió como sus músculos se contraían tensándose. Bill comenzó a respirar agitadamente, el corazón le palpitó y casi una milésima de segundo pasó cuando lo soltó.
Bill sólo no tuvo tiempo para hacer nada. Se había quedado con los brazos a los costados en posición rígida y con los ojos como platos, sintiendo como esos brazos le estrujaron tan fuerte que casi no pudo respirar por ese segundo.
— ¡Felicidades! — se escuchó su ronca voz, mientras su aliento chocaba sobre su oreja, alejándose.
—Gracias. — respondió Bill casi en estado de shock.
Fue raro.
Bill no lo esperaba. Pero lo más extraño era, que Tom lo abrazó con fuerza, no como alguien que se veía comprometido a hacerlo. En ese abrazo deposito mucha fuerza, mucha atención, mucha...
Hasta pareció que lo hizo con ganas de hacerlo.
Bill se quedó mudo. Sonrió comprometido en respuesta y apenado. No sabía ni cómo reaccionar a continuación.
Por su cabeza pasaban un sin número de preguntas ¿Qué había sido ese abrazo del chico nuevo? Después de que Tom felicitara a Bill, no le dio la cara. La esquivaba como si le diera vergüenza mirarlo a los ojos.
Georg pareció notar la tensión que comenzó a surgir en el ambiente y buscó como cortarla haciendo preguntas a Bill acerca de su cumpleaños.
— ¿Entonces qué es lo que haremos este finde, Bill?
—La verdad, nada.
— ¿Cómo que nada? ¡Es tu cumpleaños! Y no es todos los días.
—Lo sé, pero este año no se va a poder, tal vez más adelante haga algo posterior, pero por el momento no puedo.
—Pues ni modo, lo bueno es que los pretextos siempre existen y podemos dejarlo para más adelante.
La madre de Bill le había dicho con anterioridad que ese año no podrían festejar nada. Las ventas en su trabajo andaban bajas y eso implicaba que no se podían dar el lujo de hacer fiesta o reunión de ningún tipo.
Y para invitar a sus compañeros a comer tarta en su casa, no estaba de ánimo. Bill sentía que eso era para pequeños y él ya era grande.
Mientras lo minutos pasaban, otros compañeros fueron llegando. Algunas chicas llegaron, de las más nuevas, y se sentaron en sus respectivos lugares. Aun no se llevaban con ellos.
Dulce llegó, ella sí con toda la efusividad…
—¡¡¡Aaah!!! — Gritaba — ¡Hoy es tu cumple, mi vida!
Bill sonrió.
Bill y Dulce, se podría decir, que eran los más amigos de todos ellos. Tiró su mochila sin importarle si caía sobre su asiento y se acercó a Bill.
—Imbécil, te me haces viejo. — Le gritó ya de cerca —¡¡¡Feliz cumpleaños!!!
Dulce atrapó a Bill entre sus brazos y como medían casi lo mismo, no le costó trabajo estar a la par, balanceándolo con una sonrisa en los labios. Mientras Bill escuchaba como le decía cosas lindas cerca del oído, sus buenos deseos para ese año que para Bill comenzaba.
—Verás que este año te irá muy bien. Vas a conseguirte un novio que será un forro, ya verás.
—Me conformo con salir bien de la escuela.
—Va Bill, sabes que te irá bien, con lo matado que eres, ¡fua! —Se hizo un silencio en ellos hasta que Dulce volvió a hablar - Mira- Dulce se acercó a su mochila y sacó algo de esta, tendiéndoselo a Bill. Era una especie de bolsa de papel color café.
— ¿Qué es? –pregunto el de cabello negro.
—Tu regalo tonto.
Bill se sorprendió, a decir verdad, él no esperaba ningún tipo de regalo por parte de sus amigos, pero el que Dulce se hubiese tomado la molestia de comprar o hacer algo para él, le alegraba mucho.
Georg llegó por la parte de atrás y se asomó por el hombro Bill hasta encontrar sus manos.
— ¡Yo lo abro! — Georg gritó casi en su odio, mientras sus manos se acercaban al pequeño obsequio.
—Quita, quita. — le pegó Dulce en la mano, divertida.
—¡Oh, presta!
—Que no, que no, que es mío. — dijo Bill alejando el regalito de las manos de su amigo.
Georg recargó su barbilla sobre su hombro, observando como con alegría abría el regalo, mientras los ojos de Dulce casi se salían de sus orbitas con emoción.