Capítulo 2
Una mirada de desprecio.
Partí de la oficina rumbo al salón asignado No. 503.
El instituto no era muy grande, solo tres edificios había en él. El lugar asignado, estaba cruzando el edificio en el que estuve en el año pasado. La escuela solamente contaba con 3 de ellos y el que me tocaba cursar este año, era de más al fondo.
Encaminé mis pasos lentos y esperanzados en lo que vendría, me llenaba de sentimientos confusos. Siempre, la primera vez en un nuevo lugar, producía dentro de mí, sensaciones extrañas, confusión, timidez, inquietud, hasta excitación.
Fijo que habría nuevos en el aula y el tener que presentarme me hacía cansarme de solo pensar en ello, esperaba que al llegar, estuviera alguno de mis antiguos compañeros para no sentirme como extraño.
Después de algunos minutos caminando en dirección, mis pies llegaron al edificio señalado, ahí me percaté que dicho salón correspondía al último del pasillo, en donde un gran árbol aguardaba a un costado, el cual me sería muy útil a los ratos libres y en el receso.
En frente del edificio se encontraba la espalda de la cafetería, donde un ventanal daba en dirección a mi nuevo salón. Y para mi ventaja, la señora que atendía la cafetería me conocía, incluso la consideraba como amiga.
‘Este sería un salón ideal’, pensé con emoción.
Recorrí el pasillo con parsimonia, hasta que mis pies quedaron al borde de una puerta metálica color gris, con un gran letrero en medio, mostrando unos grandes números que enmarcaban: 503
Tomé un respiro y ahí, con mi mano temblorosa, empujé solo un poco, permitiendo una vista de cómo lucía el nuevo salón.
Yo siempre había sido una persona nerviosa, y para mi tortura, el saber que tendría que presentarme ante los nuevos y las faenas que los maestros obligaban a realizar los primeros días de clase, siempre me causaba ataques de exaltación.
Odiaba los primeros días, odiaba presentarme, incluso, odiaba conocer gente nueva. No necesitaba conocer más gente, con la que ya conocía me bastaba, hasta para tener un grupo de amigos entrañables, los cuales adoraba y no necesitaba conocer a nadie más. Al menos así lo interpretaba.
Crucé el umbral de la puerta con sigilo. Al lado izquierdo y más cerca de ella, se encontraban dos chicas sentadas, hablando como cuchicheo. Una de ellas un poco ancha, de tez blanca y cabellos castaños, la otra delgada, de baja estatura y con el cabello rizado y negro.
Muy probablemente ya se conocían de años anteriores, ya que todos hubimos sido asignados por especialidades, algunos inclusive, acordaban elegir la misma especialidad para continuar juntos y como en muchos casos, el azar les favorecía quedando todos reunidos en un solo salón, como en el caso de mis compañeros.
Del lado opuesto se encontraba un chico de vestimenta extraña. ¿De dónde le conocía? ¡Ha sí!, era con el que tiempo atrás choqué accidentalmente. En su mesa-banco, con su atención fija sobre la libreta realizaba una especie de dibujo, no lo aprecié con claridad. Su cabello era rubio con unas notables rastas recogías en una coleta, unos grandes ojos cafés y las ropas anchas. Por debajo de su asiento se encontraba una mochila en el suelo, la cual deduje fuera suya.
Yo era y soy una persona de manías, y desde que entré al instituto me situé en un lugar específico por cada salón que me asignaban, pero esta vez era diferente, ya que el chico en cuestión estaba situado en el que debía ser mi asiento.
Al ver que estaba ocupado, con resignación tomé la silla más próxima del respaldo y la arrastré un poco para situarme en ella.
Las patas de la silla rechinaron fuertes al jalarla y el chico giró a mirarme.
—Hola. — sonreí estando de cerca, intentando ser amigable.
Esperé por su respuesta.
–…
Pero él, muy poco educado miró con un aire de descrédito. Hizo un escáner sobre mi persona y entornando los ojos con enfado y desprecio, volvió a su libreta.
¡¿Qué?! ¿Me miraba de esa forma? ¿Pero quién rayos se creía que era para mirarme así?
Además, no respondió a mi saludo.
Me sentí realmente ofendido, ya que procuraba simpatizar con los que me rodeaban, pero aquí, el señor presuntuoso pasaba de mi saludo.
—Ok, está bien. –pensé para mí. –pero luego me las pagarás.
Así acostumbraban a ser muchos chicos, presumidos y sintiéndose merecedores de despreciar a lo que consideraban inferiores. Pero yo, por muy diferente a los demás, no me sentía inferior a nadie. Bueno, sí, para que negarlo, pero no inferior a él.
Dejé mi mochila sobre el frío mesa-banco y volvía a las afueras del salón.
Con desesperación miré a través de la puerta el largo pasillo, deseando que apareciera un rostro familiar, alguien con quien hablar y no sentirme como un extraño.
Nada, nadie venía. Respiré profundo y regresé.
Como era la costumbre, fui a donde se encontraba el escritorio, sentándome al borde y situando mis manos sobre la orilla, con los pies colgando, desesperado por dejar de sentirme de esta horrible sensación.
Ansiaba ver a una de mis amigas atravesar el umbral y que corriera a abrazarme.
En mi intento de romper con el fúnebre silencio, comencé a repiquetear con los talones de mis pies, el escritorio metálico del profesor.
Varios de los que ya se encontraban ahí, y para colmo todos desconocidos para mi, giraron a mirarme.
Sentí que me ruborizaba. ¿Es que hoy no sería un buen día?
De pronto unos pasos resonaron con eco en el pasillo, se aproximaban a prisa y luego, la puerta se abrió dejando ver por fin un rostro familiar.
— ¡Lare! — salté emocionado del escritorio y corrí a abrazar a mí amiga. Era Lareymi, una chica de cabellos rubios y rizados, con piel color canela y ojos aceitunados. Ella venía de fuera de la ciudad, así que todas las vacaciones regresaba con su familia y solo estaba aquí en temporada de clases, también los fines de semana ella regresaba a su casa.
Ya que en la ciudad vivía en casa de una Tía.
— ¡hey Billi! — gritó con entusiasmo al verme. Nos dimos un abrazo muy gustoso. Después de casi dos meses sin vernos era normal que nos abrasásemos así.
— ¿Cómo te fue de vacaciones? — pregunté ansioso. En verdad me daba gusto verla, muchísimo y más que gracias a su llegada la tensión que ya se podía palpar en el salón, hubo desaparecido.
—pues como siempre, allá en el pueblo, ya sabes que uno nada más puede pasar los días cerca del río, no hay nada más que hacer.— dijo con aburrimiento, quejándose — ¡ha sí!, olvidaba también contar las vacas— y nos reímos a la par. Ella siempre se quejaba del lugar en donde vivía. Siempre le decía el ‘rancho’, no era un rancho precisamente, pero era un pequeño poblado que estaba a dos horas de la ciudad. —y tú ¿Qué hiciste? — preguntó sonriente.
—ya sabes, yo tampoco tengo mucho por contar. Estas vacaciones como siempre fueron aburridas, no salimos a ningún lado— me sinceré. Mi familia era bastante pequeña, integrada solamente por mi hermana, mi madre y una abuela, quien viajaba la mayor parte del tiempo, además que no vivía con nosotros, ella vivía aparte en otra casa. De mi padre, pues nada, que él se separó de mi madre cuando tenía aproximadamente 6 años y desde ahí no volví a saber de él.
Así que no había mucho
por hacer en vacaciones, ni parientes a quien visitar y menos después que a
mamá le robaran el auto.
Pero pese a todo, amaba las vacaciones. En ellas tenía la oportunidad de dormirme realmente tarde, al igual que despertarnos casi a la hora que nos viniese en gana a mí y a mi hermana. Pero lo que más amaba de las vacaciones, era pasar mis días frente a los videos juegos; todo el día Mary y yo así la pasábamos.
— ¡que divertidas e interesantes son nuestras vidas! — ironizó Lare. Nos echamos a reír a la par. Después de unos momentos, nuestras risas se fueron cesando. Ambos dejamos pasar un momento de silencio y de pronto, Lare murmuró — ¿ya viste? Hay un chico nuevo. — sonrió pícaramente mientras giraba en su dirección, el chico miró por el rabillo del ojo, haciéndose el disimulado.
—sí, ya le vi. — comente restando importancia.
— ¡es guapo! —confesó Lareymi sonriendo con picardía, lanzando miradas al chico.
A pesar de su comportamiento patético, no podía negar la realidad y era que no estaba nada feo, al contrario, sus facciones finas y sus labios carnosos podrían llegar a atraerme si no hubiese perdido el encanto en la carta de presentación.
—Pues, no está mal, pero tampoco es la gran cosa— confesé. —además es algo… presumido.
El chico volteó y nos miró de una forma que no sabría descifrar… tenía una mirada muy fuerte y sus enormes ojos se fijaron en mí, logrando intimidarme, obligando a desvanecer mi sonrisa, con su insistente mirar.
Lareymi comenzó a reírse más frenéticamente, hasta llegar al grado de ponerse roja.
Yo sentí morir de vergüenza. Las mejillas comenzaron a arderme, seguramente ya estaba rojo como tomate debido a ella e igual que ella.
— ¡hey, ya! — le callé por lo bajo. Me daba más vergüenza que fuera a pensar que cuchicheaba respecto a él. Justo cuando le callaba, entró mi mejor amiga para salvarme de ese bochorno.
—¡¡DULCE!! —grité con emoción, olvidándome por completo al nuevo chico y salté sin importarme quien me estuviera mirando. Corrí a sus brazos abriendo los míos y ya de frente a ella, la estrujé todo lo que mi fuerza me permitió pero sin lastimarla.
— ¡mi chiquitín! ¿Cómo estás? — me aferró a su cuerpo apretándome de igual forma, con un caluroso abrazo, como el que te da un hermano después de tiempo sin verlo. Ella la sentía como si fuera de mi familia. Ella, era mi mejor amiga. Los días de vacaciones pocas veces fueron las que hablamos sin contar que ella había salido de la ciudad a visitar a sus abuelos que vivían en una ciudad bastante lejana.
—bien, bien— murmuré sin soltarla.
Lareymi le abrazó de igual forma en cuando se lo permití.
Le eché el brazo por encima del hombro y nos adentramos los tres juntos.
—Tenía tantas ganas de verles— nos confesó a los dos. Sonriéndonos con su esplendorosa sonrisa. Esa sonrisa tan dulce cono su nombre.
…
Estuvimos poniéndonos al tanto de cómo habían sido ese mes y medio sin vernos cuando llegó Georg, mejor conocido como Geo o Hagen.
Entró y nos saludó a todos con un fuerte abrazo. En verdad nos queríamos mucho. Y después de saludarnos separándose un poco… ¿Se alejó? ¿Se alejaba? … sí, se alejaba, continuó con su paso y el chico de las rastas se puso de pie sonriendo de lado, mostrando por fin, una sonrisa… ¿se conocían? Y mi respuesta fue contestada.
— ¿Cómo estás? — Se abrazaron palmeando sus espaldas… o sea que ¿le conocía?
Para que preguntaba lo que mis ojos veían.
—bien. — Respondía el chico rubio. — ¿y a ti, como te fue de vacaciones? — preguntó con voz ronquisima, seguro era por ser tan de mañana, o es que la lejanía le hacía parecer tener una voz tan varonil.
— ¿todavía me preguntas? — y los dos se rieron.
Pero pese a todo, amaba las vacaciones. En ellas tenía la oportunidad de dormirme realmente tarde, al igual que despertarnos casi a la hora que nos viniese en gana a mí y a mi hermana. Pero lo que más amaba de las vacaciones, era pasar mis días frente a los videos juegos; todo el día Mary y yo así la pasábamos.
— ¡que divertidas e interesantes son nuestras vidas! — ironizó Lare. Nos echamos a reír a la par. Después de unos momentos, nuestras risas se fueron cesando. Ambos dejamos pasar un momento de silencio y de pronto, Lare murmuró — ¿ya viste? Hay un chico nuevo. — sonrió pícaramente mientras giraba en su dirección, el chico miró por el rabillo del ojo, haciéndose el disimulado.
—sí, ya le vi. — comente restando importancia.
— ¡es guapo! —confesó Lareymi sonriendo con picardía, lanzando miradas al chico.
A pesar de su comportamiento patético, no podía negar la realidad y era que no estaba nada feo, al contrario, sus facciones finas y sus labios carnosos podrían llegar a atraerme si no hubiese perdido el encanto en la carta de presentación.
—Pues, no está mal, pero tampoco es la gran cosa— confesé. —además es algo… presumido.
El chico volteó y nos miró de una forma que no sabría descifrar… tenía una mirada muy fuerte y sus enormes ojos se fijaron en mí, logrando intimidarme, obligando a desvanecer mi sonrisa, con su insistente mirar.
Lareymi comenzó a reírse más frenéticamente, hasta llegar al grado de ponerse roja.
Yo sentí morir de vergüenza. Las mejillas comenzaron a arderme, seguramente ya estaba rojo como tomate debido a ella e igual que ella.
— ¡hey, ya! — le callé por lo bajo. Me daba más vergüenza que fuera a pensar que cuchicheaba respecto a él. Justo cuando le callaba, entró mi mejor amiga para salvarme de ese bochorno.
—¡¡DULCE!! —grité con emoción, olvidándome por completo al nuevo chico y salté sin importarme quien me estuviera mirando. Corrí a sus brazos abriendo los míos y ya de frente a ella, la estrujé todo lo que mi fuerza me permitió pero sin lastimarla.
— ¡mi chiquitín! ¿Cómo estás? — me aferró a su cuerpo apretándome de igual forma, con un caluroso abrazo, como el que te da un hermano después de tiempo sin verlo. Ella la sentía como si fuera de mi familia. Ella, era mi mejor amiga. Los días de vacaciones pocas veces fueron las que hablamos sin contar que ella había salido de la ciudad a visitar a sus abuelos que vivían en una ciudad bastante lejana.
—bien, bien— murmuré sin soltarla.
Lareymi le abrazó de igual forma en cuando se lo permití.
Le eché el brazo por encima del hombro y nos adentramos los tres juntos.
—Tenía tantas ganas de verles— nos confesó a los dos. Sonriéndonos con su esplendorosa sonrisa. Esa sonrisa tan dulce cono su nombre.
…
Estuvimos poniéndonos al tanto de cómo habían sido ese mes y medio sin vernos cuando llegó Georg, mejor conocido como Geo o Hagen.
Entró y nos saludó a todos con un fuerte abrazo. En verdad nos queríamos mucho. Y después de saludarnos separándose un poco… ¿Se alejó? ¿Se alejaba? … sí, se alejaba, continuó con su paso y el chico de las rastas se puso de pie sonriendo de lado, mostrando por fin, una sonrisa… ¿se conocían? Y mi respuesta fue contestada.
— ¿Cómo estás? — Se abrazaron palmeando sus espaldas… o sea que ¿le conocía?
Para que preguntaba lo que mis ojos veían.
—bien. — Respondía el chico rubio. — ¿y a ti, como te fue de vacaciones? — preguntó con voz ronquisima, seguro era por ser tan de mañana, o es que la lejanía le hacía parecer tener una voz tan varonil.
— ¿todavía me preguntas? — y los dos se rieron.
No comprendí.
Eso, lo único que causó fue sentir curiosidad, y yo, para ser sinceros era como los gatos, la curiosidad podía conmigo de sobre manera.
Quedé estupefacto, poniendo más atención en su conversación que en la sostenida con Dulce y Lareymi. Mis oídos se agudizaron al máximo intentando escuchar en la lejanía y evadiendo la conversación que tenía a escasos centímetros con mis amigas. Pero no conseguía escuchar nada.
No sabía porque sentía tanta curiosidad. Y no es que se me hiciera agradable, ni mucho menos.
— Ven— le pidió al rubio. Geo se acercó de nuevo a nosotros acompañado de él. Yo fingí que no me daba cuenta de qué se aproximaban. No sabría definir el motivo, pero un nerviosismos trepó desde mi estómago hasta mi garganta —te quiero presentar a mis amigos. — le anunció.
É l había estado en otro salón los años anteriores, alguna que otra vez le vi, pero pasó desapercibido por mis ojos, nunca había sentido curiosidad por conocerle, simplemente era uno más en la escuela e ignoraba su presencia. Solo tenía un escaso recuerdo de haberle visto en compañía de una chica de cabellos castaños y ondulados, pero nada más. Para mí era indiferente, como cuando vez en la calle a alguien y no sabes quien pudiera ser y mucho menos te importa.
Los dos se acercaron.
— ¡hey! — nos habló e hizo callar, que más que a mí, fue a Dulce a quien no le paraba la boca. Es que Dulce y yo éramos los más platicadores del grupo –les quiero presentar a Tom- señaló. Él chico sonrió de lado encogiéndose un poco de hombros y estirando la mano para saludar -ella es Dulce, Lareymi y él es Bill- expresó al tiempo que nos extendía la mano a manera de saludo.
—Mucho gusto— respondió tímidamente. ¡Madre santísima! Tenía una voz bastante grave ya estando de cerca.
Nos estrechó la mano a los tres, pero cuando tocó mi turno lo hizo tan rápido como si le diese asco.
¿Asco? Sí sentía asco mejor que no se acercara a mí, que él podría empezar a provocarme asco también por su conducta.
Se nos quedó mirando en silencio y nosotros volvimos a entablar conversación. Geo era buenísimo para el chisme también igual que nosotros. Georg era alto, con el cabello lacio y de color castaño con la piel blanca y los ojos averdosados.
Los demás alumnos fueron llegando, algunos nuevos también. Hasta que llegó la hora que sonaba la campana indicando que el ciclo escolar acababa de iniciar formalmente.
Todos nos situamos en nuestros mesa-bancos, los que habíamos elegido por elección propia. Los nuevos estaban sentados en las esquinas y en la parte más apartada del pizarrón. Nosotros, los que ya nos conocíamos con anterioridad y en mayoría, sentados en el centro y en la parte de adelante; Justo en frente de donde se sentaban los maestros.
Un señor de bigote entró. Por obvias razones era el maestro. Yo no le conocía, solo de vista. Se situó en escritorio y alzó su maletín. Sacó de él unos papeles y carraspeo.
—Buenos días a todos. Yo soy el profesor Alfredo Cota y soy su maestro de la materia de Metodología de la Investigación… el día de hoy, yo sé que se sienten incómodos igual que yo, algunos ya se conocen, supongo y otros no, así que sus demás maestros y yo, hemos llegado a un acuerdo – todos nos quedamos mirando un tanto extrañados, sus palabras parecían hasta cierto punto como amenazas y así fueron — como este año todos has sido dispersados debido a las especialidades y muchos no se conocen entre sí, hemos optado por sentarlos en orden alfabético. Por apellidos por favor. Si se pueden poner de pie, en aquel lado —señaló. — yo les iré llamando.
Todos nos pusimos de pie dirigiéndonos al sitio señalado. Mis amigas y esbozamos un puchero al saber que no estaríamos sentados juntos como siempre, como los dos anteriores años.
El profesor comenzó a nombrar a cada uno, comenzando por el que tenía el apellido con “A” y esa sería mi amiga —Dulce Arizmendi— nombró el maestro. Ella alzó la mano y fue la primera que sentó en la fila.
Dándome una última mirada de desconsuelo me aventó un beso volátil, el cual fingí capturar.
Éramos súper cursis, para que negar. Yo apuñé mis ojos a modo de que lo aceptaba. Que ridículos pienso ahora.
Él maestro continuó nombrando a todos y cada uno, sentándose detrás del que acababa de nombrar. Hasta que mi nombre fue pronunciado en sus labios.
—William Kaulitz Trümper— Alcé mi mano y me senté justo detrás de otro compañero, para mi suerte era Fernando y ya lo concia. A un lado de mí, había quedado Fahara, Lareymi y Georg
Los demás chicos que aún no nombraba el profesor, estaban recargados en la pared más próxima a la puerta… todos esperando por ser llamados. ¡Qué fastidio! No me gustaban esas cosas. Ni que fuéramos chiquillos que debían ser acomodados.
El maestro tomó la lista de nuevo, fijando su vista en aquel papel que contenía los nombres de todos los presentes; con atención miré a todos los de pie, ¿Quién continuaría en la lista y se sentaría detrás de mí? Cuando pensé eso, el profesor abrió la boca para decir.
—Thomas Kaulitz Seidel.
Abrí bien los ojos, ¿había alguien más que se apellidaba igual que yo? giré mis vista a la pared en donde estaban situados los no nombrados y le vi aproximarse… era… era él ¿se apellidaba Kaulitz igual que yo? Y se sentó detrás de mí.