viernes, 1 de marzo de 2013

That should be me - Capítulo 3



tres

Los días habían pasado. Tom había regresado a la universidad el lunes y no le vio, esperó a la hora de salida ver si estaba ahí, en la parada del autobús, pero no estaba. Deseaba saber cómo se encontraba aquel chico. Pero era mejor no saberlo. Lo más lógico era que se había reconciliado con el estúpido novio que tenía. Si ya le había perdonado una vez, lo más seguro era que también le perdonara esta.

Le habías estado esperando encontrar en la parada de autobuses días posteriores, pero el chico, simplemente nunca regresó.  



Janet le había buscado, le había dicho  a Tom que eso fue solo por darle celos, pero él sabía que no había sido así. El tío este, Georg era tan presumido, y se morreaba con quien se dejara, si ella había accedido no había solo por darle celos. Había sido tal vez por andarlo presumiendo o de puro morbo o curiosidad.
Ahora ya no era lo mismo para él el ver a Janet. Incluso, comenzó a mirarla con otros ojos. Solo era una tía más, que no era nadie y poco le importaba, mientras que antes, había sido la chica de todos sus sueños.

Tom en ocasiones tenía una hora de intermedio libre, de diez a once de la mañana así que esa era la hora de merendar para él. Tom y su único amigo Gustav, siempre  comían algo,  tirados bajo los árboles o en las bancas de la Universidad.

Los dos estudiaban música.  Tom soñaba con ser un gran guitarrista, mientras que Gustav soñaba ser un productor de sonido y baterista también.


— ¿En serio piensas eso? — dijo su rubio amigo impresionado, dejando ver que aquello era un acontecimiento de suma importancia.

—Sí, mira, ahora que la veo solo pienso que es una gran puta.

—Pero llevas media vida enamorado de Janet.

—No, mi querido amigo — dijo Tom pasando su brazo por alrededor de sus hombros en una pose demasiado chulesca —, llevaba. — le corrigió.

—Vale, eso es de estar asombrado. — dijo el rubio sonriendo.

—Es que no pienso quedarme con los restos de baba del tío patético ese.

—Ni que lo digas, suena asqueroso como lo dices. — dijo el rubio imaginándose la boca de la chica mencionada escurriendo de saliva.

—Exactamente, asco es lo que me da ahora.

—Te apuesto a que se lavó ya la boca.

—No me importa. Si ya está mosqueada ya no la quiero.

—Jajaja, Tío, ¿lo has comparado con mosca?

—Sí verdad, pobres moscas, no se merecen que las insulte comparándolas con el tío ese.

—Jajaja. Tom, en serio que has madurado. Otra ocasión, creo que me hubieras dicho otra cosa, no sé, tal vez que ella estaba buscando experimentar para cuando se entregara a ti.

—Los tiempos cambian.

—Pero ha sido muy drástico.

—Es que si no hubiese sido con él precisamente a mí no me importara. Pero ha sido justo con el tipo equivocado. Así que nada.

—Y cambiando de tema. Ya viste a esa chica. Es muy linda. — dijo el rubio sonriendo enamorado al ver las largas piernas que la rubia mostraba.

—Sí que lo es… — respondió mirando en dirección.
La chica llevaba una falda que poco dejaba a la imaginación. Se agachó un poco, mostrando algo más que sus piernas y ambos bajaron las miradas observando aquello, ladeando la cabeza conjuntamente mirándose tan divertidos. 

—Se van a quedar viscos. — una voz  a lo lejos los sacó de su gran panorama.

— ¡Que te jodan! — gritó Tom, al darse cuenta que no era nadie importante y la rubia se había levantado para cuando ellos reanudaron la vista en su dirección.

— ¿Y no has sabido nada de la chica que me dijiste? —preguntó Gustav.

— ¿Qué chica?

—La que estaba bajo la lluvia, la que me dijiste que estaba llorando…  ¿o lo inventaste todo?

Tom rememoró todo de pronto.

— ¡Ha sí!  Ya se cual,  ¿Cómo que lo inventé todo? — Se quejó al darse cuenta que le llamaba mentiroso — yo no soy mentiroso — alegó — y bueno, no he sabido nada de ella, supongo que no la volveré a ver.

—Es una lástima que haya tipos tan patanes que ocupen a las chicas.

—Pues sí. — dijo resignado.

Tom le había contado algo así como una versión de lo sucedido, omitiendo que era un chico y cambiando su versión a  chica. Sería más lógico y natural que su rubio amigo le entendiera. Pero no sabía ni porqué se había bajado de ese camión con la lluvia atizando. Tal vez el verle ahí, tan débil, tan frágil había hecho que se bajara. Incluso, cuando le vio llorando a través  del cristal del autobús, no reparó en si era chica o chico, solo sintió pena, tanta que no pudo dejarle ahí. Y los días posteriores esa angustia seguía incrustada en su pecho. Incluso hubo noches en las que Tom se acostaba a meditar el tema: En el chico que lloraba.  Había sido extraño, nunca nadie desconocido le había importado tanto. Tal vez había sido su actitud, tan dolida. Pero al pasar los días esa angustia desapareció.

—Vamos a la cafetería —Invitó Tom — tengo un hambre de perros.

—Vamos.

Al llegar se pararon en la cola para pedir su orden. Delante de ellos estaba un pequeño grupo de chicas

—Si por eso, siempre digo que sin mí no sé qué harían. —Una chica, con el  cabello rubio rojizo hablaba ególatramente, con sus amigas.

—Eres una creída.

—No soy creída, admito mi  inteligencia que es diferente.

Tom y Gustav giraron a verse y rieron ante el comentario. Había sido gracioso.

— ¿Y  tú de que te ríes? —La chica pequeña le reclamó. Era muy bajita, y parecía no cortase ni sentirse intimidada ante nada ni nadie.

— ¿Yo? ¿De qué te ríes tú? — Le soltó Tom con el ceño fruncido y mirándola de arriba para abajo  minorando su presencia.

Tom se le quedó mirando y la chica le retó con la mirada. Parecía ser una pequeña versión de Tom pero en mujer. Ambos se miraron directamente a los ojos, achinándolos y cruzándose de brazos sobre el pecho a modo intimidatorio. Pero ni ninguno de los dos parecía ceder. Después de algunos segundos de miradas que iban y venían, una voz se escuchó atrás diciendo ‘el siguiente’

—Vamos, paso de ti. — Soltó ella con aquella chulería, avanzando en la cola.

Tomó su pedido y se largó.

—Hasta que te has topado con tu media naranja. — dijo Gustav riendo al lado de Tom.

— ¿Media naranja? Eso no llega a naranja, creo que no llega ni a limón, ¿viste que pequeña es?

—Jajaja—  río el rubio.




Atrás de un gran arbusto estaban los dos sentados, completamente solos tirados bajo la hierba en la sobre de los árboles. Era el último edificio y tras de este la carretera comenzaba, ahí nadie los molestaba y siempre era el lugar al que recurrían cuando no tenían más que hacer.

—Te prometo, es más, te juro con mi vida que no volverá a pasar.

—Siempre dices lo mismo. — dijo el moreno esbozando un puchero.

—Pero nadie te va a querer como yo. ¿Qué vas a hacer sin mis besos? —Dijo el castaño echándose encima del cuerpo de Bill— ¿Vas a dejar  ir todo esto? —se refirió  a él, como si valiese tanto. Y le robó un beso que Bill no correspondió.

—No lo sé, Georg, siempre me dices que va a ser la última vez. No sé si deba creerte esta ocasión. —Se mantenía medio firme, debatiéndose si perdonarlo o no por el suceso de días pasados.

Bill había estado evitándolo todo ese tiempo, según él, armándose de valor para poder dejarlo, pero estando en la misma universidad  podía ser muy difícil, más sabiendo lo posesivo que era Georg y como controlaba a Bill en un abrir y cerrar de ojos.

A veces llegaban a su mente las palabras de su amiga Anie, la que siempre le hubo dicho que tuviera algo de dignidad y amor propio, que dejara a ese patán que solo le hacía sufrir, pero él parecía no ver su realidad, viviendo un mundo de ensueño, en donde Georg le quería realmente, aunque nadie, solo excepto  él  lo pudiese ver.

—Es que la carne es débil, yo sé que estuvo mal, pero no podía solo dejarla ahí, tú sabes, se vería muy mal de mi parte. Además la apuesta. — movió ágilmente las cejas de forma divertida. Creía que con eso ya podía contentar a Bill, pero él ya estaba cansándose de la situación.

—Más mal se ve que te morrees con otra persona teniendo novio.

—Que le den a la gente que opine algo. Además ya te dije, era una apuesta —le dijo sonriendo traviesamente. Georg era tan bueno para mentir, y Bill tan enamorado que siempre creía en su palabra como si fuese la ley propia. Metió la mano al bolsillo de su pantalón —. Y  con estos 50 euros que me gané te voy a llevar a cenar el vienes. ¿No quieres ir?

—No. No quiero una cena que valga el precio de verte besando a otra.

—Janet no es nadie para mí. —Aquellas palabras salieron de su boca con un tono despectivo.

— ¿Ahora la llamas Janet?

—Así le pusieron sus padres, no es mi culpa. — dijo el castaño como inocente.

Bill evadió su vista. Se encontraba en un dilema, perdonarle o no hacerlo.

Sabía que no debía hacerlo, no se lo merecía. Él tal vez debió de haberse fijado desde un principio en un chico sencillo, dejarse enamorar o buscar a una persona que fuese más a fin a él, pero no, se había dejado llevar por las dulces palabras del primer imbécil que pasó frente suyo y ahora parecía no haber otro camino.

Sentía que su corazón solo latía por él, aunque el corazón de Georg latía por el más follable que pasara por delante suyo.

Deberías tratar al menos de ver  que él se sienta mal por lo que te ha hecho, nadie merece que le traicionen. 

Las palabras de ese chico que le consoló, llegaron a su mente de pronto.

Definitivo, no podía perdonarle.

¿Y si él se lo merecía?

A veces se portaba muy seco con Georg, o no dejaba que le diese el cariño que el castaño estaba dispuesto a darle, sus manos continuamente se colaban y él las sacaba, como de costumbre, eso  tal vez hacía que Georg se portara de esa forma, y buscara traicionarle, pero incluso, cuando dejó que metiese mano por donde le placiera, los engaños no cedieron.


—Vamos, mi cielo, tú sabes que sin mí no sobrevives. Me amas y yo te amo. — le susurró en el oído, tan dulcemente, tan sensualmente.

El castaño lo tumbó  sobre la hierba antes de que Bill  dijese palabra,  se acostó completamente sobre su cuerpo, dejando caer de a poco su peso sobre el delgado chico, robándole la respiración. Sus ávidos labios comenzaron a moverse y su lengua recorría entera la cavidad bucal.

Bill solo no podía resistirse. Lo amaba tanto, para él Georg  era como una especie del dios del sexo, era hermoso  a  sus ojos.

Con  su imponente cuerpo le doblegaba y sus labios, que delgados sabía utilizarlos bien, mejor que nadie que Bill hubiese conocido.

Suspiró ente  sus labios y dejo que el castaño le recorriese con sus ásperas manos las piernas  por encima del pantalón, sintiendo  como las mariposas llegaban a su estómago, olas de sensaciones invadiéndole por dentro, mientras con los ojos cerrados le besaba.

De nuevo había caído. Georg era demasiado para él como para dejarlo ir. Al menos así lo sentía Bill.
Sus manos comenzaron a colarse por debajo de la polera, acariciándole su suave y plano vientre.

Pero Bill se sentía cohibido, no le gustaba dar que hablar en lugares públicos, ni estar bajo miradas curiosas,  aunque poco conseguía quitarse en ocasiones a su novio de encima.

Empujó la mano con disimulo mientras le seguía besando. Georg insistió más, empujando con más ganas en oposición del moreno,  pero Bill puso más fuerza en su mano, logrando sacara el brazo de su novio por completo. Temió que se enojara, pero realmente no se merecía, no merecía gozar de su cuerpo después de lo que había hecho. Al quería castigarlo solo un poco, hacer que le pidiera perdón de una manera más convincente.

—Con una mierda, ¡Te vas a dejar o me largo! — le gritó exasperado, mientras sacaba completamente su brazo  y lo agitaba en el aire.

Bill se quedó serio y le miró asustado a los ojos.

—Georg, tu sabes que no me gusta esto de que nos miren —dijo apenado—, mejor cuando estemos… — pero ni si quiera pudo terminar de hablar. Su novio estaba histérico.

—Y luego te quejas  de que me busque alguien más. —Soltó con reniego, levantándose del suelo y al tiempo que sacudía sus pantalones.  Después se acomodó el cabello y limpió sus labios del resto del beso que inconcluso quedó—.  Cuando dejes de ser el niñato de mierda que eres me buscas.

Bill no había dicho nada más. Solo vio como Georg se alejaba de él, mientras un nudo crecía en su garganta y las ganas de llorar comenzaban a atacarle.

Ni si quiera sabía por qué dejaba que le tratara de esa forma ¿si le quería por qué solo no le hacía sentir bien y le comprendía? Un novio se supone que es para apoyarle, ayudarle y darle ánimos, aparte de mucho amor. Pero Georg no era un novio cualquiera, menos común, así que se resignó.

Mañana le buscaría, ahora seguro estaba tan cabreado que lo mandaba a la mierda en medio de la universidad y no quería más humillaciones. Ya bastante tenía con los cuchicheos que surgían cuando llegaba y sin más  le agarraba el paquete en medio de todos, o cuando comenzaba decir que ‘él jadeaba como perra’ cuando estaban juntos. Todo eso solo era un  depresivo para su autoestima.

Georg a veces parecía quererle hacer daño. Más cuando estaban solos los dos, sin ojos ni espectadores, podían ser tan adorable si hacía lo que pidiese. Tenía que estarle complaciendo siempre y si no, se malhumoraba. Así que Bill siempre buscaba tenerlo contento para que no se alejara de su lado.



Pobre Bill, Georg se pasa un poco. Espero les haya gustado el capítulo... Besos y nos vemos prontito.





wibiya