tres
Los días habían
pasado. Tom había regresado a la universidad el lunes y no le vio, esperó a la
hora de salida ver si estaba ahí, en la parada del autobús, pero no estaba.
Deseaba saber cómo se encontraba aquel chico. Pero era mejor no saberlo. Lo más
lógico era que se había reconciliado con el estúpido novio que tenía. Si ya le
había perdonado una vez, lo más seguro era que también le perdonara esta.
Le habías
estado esperando encontrar en la parada de autobuses días posteriores, pero el
chico, simplemente nunca regresó.
Janet le había
buscado, le había dicho a Tom que eso
fue solo por darle celos, pero él sabía que no había sido así. El tío este,
Georg era tan presumido, y se morreaba con quien se dejara, si ella había
accedido no había solo por darle celos. Había sido tal vez por andarlo
presumiendo o de puro morbo o curiosidad.
Ahora ya no era
lo mismo para él el ver a Janet. Incluso, comenzó a mirarla con otros ojos.
Solo era una tía más, que no era nadie y poco le importaba, mientras que antes,
había sido la chica de todos sus sueños.
Tom en
ocasiones tenía una hora de intermedio libre, de diez a once de la mañana así
que esa era la hora de merendar para él. Tom y su único amigo Gustav,
siempre comían algo, tirados bajo los árboles o en las bancas de la
Universidad.
Los dos
estudiaban música. Tom soñaba con ser un
gran guitarrista, mientras que Gustav soñaba ser un productor de sonido y
baterista también.
—
¿En serio piensas eso? — dijo su rubio amigo impresionado, dejando ver que
aquello era un acontecimiento de suma importancia.
—Sí,
mira, ahora que la veo solo pienso que es una gran puta.
—Pero
llevas media vida enamorado de Janet.
—No,
mi querido amigo — dijo Tom pasando su brazo por alrededor de sus hombros en
una pose demasiado chulesca —, llevaba. — le corrigió.
—Vale,
eso es de estar asombrado. — dijo el rubio sonriendo.
—Es
que no pienso quedarme con los restos de baba del tío patético ese.
—Ni
que lo digas, suena asqueroso como lo dices. — dijo el rubio imaginándose la
boca de la chica mencionada escurriendo de saliva.
—Exactamente,
asco es lo que me da ahora.
—Te
apuesto a que se lavó ya la boca.
—No
me importa. Si ya está mosqueada ya no la quiero.
—Jajaja,
Tío, ¿lo has comparado con mosca?
—Sí
verdad, pobres moscas, no se merecen que las insulte comparándolas con el tío
ese.
—Jajaja.
Tom, en serio que has madurado. Otra ocasión, creo que me hubieras dicho otra
cosa, no sé, tal vez que ella estaba buscando experimentar para cuando se
entregara a ti.
—Los
tiempos cambian.
—Pero
ha sido muy drástico.
—Es
que si no hubiese sido con él precisamente a mí no me importara. Pero ha sido
justo con el tipo equivocado. Así que nada.
—Y
cambiando de tema. Ya viste a esa chica. Es muy linda. — dijo el rubio
sonriendo enamorado al ver las largas piernas que la rubia mostraba.
—Sí
que lo es… — respondió mirando en dirección.
La
chica llevaba una falda que poco dejaba a la imaginación. Se agachó un poco,
mostrando algo más que sus piernas y ambos bajaron las miradas observando
aquello, ladeando la cabeza conjuntamente mirándose tan divertidos.
—Se
van a quedar viscos. — una voz a lo
lejos los sacó de su gran panorama.
—
¡Que te jodan! — gritó Tom, al darse cuenta que no era nadie importante y la
rubia se había levantado para cuando ellos reanudaron la vista en su dirección.
—
¿Y no has sabido nada de la chica que me dijiste? —preguntó Gustav.
—
¿Qué chica?
—La
que estaba bajo la lluvia, la que me dijiste que estaba llorando… ¿o lo inventaste todo?
Tom
rememoró todo de pronto.
—
¡Ha sí! Ya se cual, ¿Cómo que lo inventé todo? — Se quejó al darse
cuenta que le llamaba mentiroso — yo no soy mentiroso — alegó — y bueno, no he
sabido nada de ella, supongo que no la volveré a ver.
—Es
una lástima que haya tipos tan patanes que ocupen a las chicas.
—Pues
sí. — dijo resignado.
Tom
le había contado algo así como una versión de lo sucedido, omitiendo que era un
chico y cambiando su versión a chica.
Sería más lógico y natural que su rubio amigo le entendiera. Pero no sabía ni
porqué se había bajado de ese camión con la lluvia atizando. Tal vez el verle
ahí, tan débil, tan frágil había hecho que se bajara. Incluso, cuando le vio
llorando a través del cristal del
autobús, no reparó en si era chica o chico, solo sintió pena, tanta que no pudo
dejarle ahí. Y los días posteriores esa angustia seguía incrustada en su pecho.
Incluso hubo noches en las que Tom se acostaba a meditar el tema: En el chico
que lloraba. Había sido extraño, nunca
nadie desconocido le había importado tanto. Tal vez había sido su actitud, tan
dolida. Pero al pasar los días esa angustia desapareció.
—Vamos
a la cafetería —Invitó Tom — tengo un hambre de perros.
—Vamos.
Al
llegar se pararon en la cola para pedir su orden. Delante de ellos estaba un
pequeño grupo de chicas
—Si
por eso, siempre digo que sin mí no sé qué harían. —Una chica, con el cabello rubio rojizo hablaba ególatramente,
con sus amigas.
—Eres
una creída.
—No
soy creída, admito mi inteligencia que
es diferente.
Tom
y Gustav giraron a verse y rieron ante el comentario. Había sido gracioso.
—
¿Y tú de que te ríes? —La chica pequeña
le reclamó. Era muy bajita, y parecía no cortase ni sentirse intimidada ante
nada ni nadie.
—
¿Yo? ¿De qué te ríes tú? — Le soltó Tom con el ceño fruncido y mirándola de
arriba para abajo minorando su
presencia.
Tom
se le quedó mirando y la chica le retó con la mirada. Parecía ser una pequeña versión
de Tom pero en mujer. Ambos se miraron directamente a los ojos, achinándolos y
cruzándose de brazos sobre el pecho a modo intimidatorio. Pero ni ninguno de
los dos parecía ceder. Después de algunos segundos de miradas que iban y venían,
una voz se escuchó atrás diciendo ‘el siguiente’
—Vamos,
paso de ti. — Soltó ella con aquella chulería, avanzando en la cola.
Tomó
su pedido y se largó.
—Hasta
que te has topado con tu media naranja. — dijo Gustav riendo al lado de Tom.
—
¿Media naranja? Eso no llega a naranja, creo que no llega ni a limón, ¿viste
que pequeña es?
—Jajaja— río el rubio.
…
Atrás
de un gran arbusto estaban los dos sentados, completamente solos tirados bajo
la hierba en la sobre de los árboles. Era el último edificio y tras de este la
carretera comenzaba, ahí nadie los molestaba y siempre era el lugar al que
recurrían cuando no tenían más que hacer.
—Te
prometo, es más, te juro con mi vida que no volverá a pasar.
—Siempre
dices lo mismo. — dijo el moreno esbozando un puchero.
—Pero
nadie te va a querer como yo. ¿Qué vas a hacer sin mis besos? —Dijo el castaño
echándose encima del cuerpo de Bill— ¿Vas a dejar ir todo esto? —se refirió a él, como si valiese tanto. Y le robó un beso
que Bill no correspondió.
—No
lo sé, Georg, siempre me dices que va a ser la última vez. No sé si deba
creerte esta ocasión. —Se mantenía medio firme, debatiéndose si perdonarlo o no
por el suceso de días pasados.
Bill
había estado evitándolo todo ese tiempo, según él, armándose de valor para poder
dejarlo, pero estando en la misma universidad
podía ser muy difícil, más sabiendo lo posesivo que era Georg y como
controlaba a Bill en un abrir y cerrar de ojos.
A
veces llegaban a su mente las palabras de su amiga Anie, la que siempre le hubo
dicho que tuviera algo de dignidad y amor propio, que dejara a ese patán que
solo le hacía sufrir, pero él parecía no ver su realidad, viviendo un mundo de
ensueño, en donde Georg le quería realmente, aunque nadie, solo excepto él lo
pudiese ver.
—Es
que la carne es débil, yo sé que estuvo mal, pero no podía solo dejarla ahí, tú
sabes, se vería muy mal de mi parte. Además la apuesta. — movió ágilmente las
cejas de forma divertida. Creía que con eso ya podía contentar a Bill, pero él
ya estaba cansándose de la situación.
—Más
mal se ve que te morrees con otra persona teniendo novio.
—Que
le den a la gente que opine algo. Además ya te dije, era una apuesta —le dijo
sonriendo traviesamente. Georg era tan bueno para mentir, y Bill tan enamorado
que siempre creía en su palabra como si fuese la ley propia. Metió la mano al
bolsillo de su pantalón —. Y con estos
50 euros que me gané te voy a llevar a cenar el vienes. ¿No quieres ir?
—No.
No quiero una cena que valga el precio de verte besando a otra.
—Janet
no es nadie para mí. —Aquellas palabras salieron de su boca con un tono
despectivo.
—
¿Ahora la llamas Janet?
—Así
le pusieron sus padres, no es mi culpa. — dijo el castaño como inocente.
Bill
evadió su vista. Se encontraba en un dilema, perdonarle o no hacerlo.
Sabía
que no debía hacerlo, no se lo merecía. Él tal vez debió de haberse fijado
desde un principio en un chico sencillo, dejarse enamorar o buscar a una
persona que fuese más a fin a él, pero no, se había dejado llevar por las
dulces palabras del primer imbécil que pasó frente suyo y ahora parecía no
haber otro camino.
Sentía
que su corazón solo latía por él, aunque el corazón de Georg latía por el más
follable que pasara por delante suyo.
—Deberías tratar al menos de ver que él se sienta mal por lo que te ha hecho,
nadie merece que le traicionen.
Las
palabras de ese chico que le consoló, llegaron a su mente de pronto.
Definitivo,
no podía perdonarle.
¿Y
si él se lo merecía?
A
veces se portaba muy seco con Georg, o no dejaba que le diese el cariño que el
castaño estaba dispuesto a darle, sus manos continuamente se colaban y él las
sacaba, como de costumbre, eso tal vez
hacía que Georg se portara de esa forma, y buscara traicionarle, pero incluso,
cuando dejó que metiese mano por donde le placiera, los engaños no cedieron.
—Vamos,
mi cielo, tú sabes que sin mí no sobrevives. Me amas y yo te amo. — le susurró
en el oído, tan dulcemente, tan sensualmente.
El
castaño lo tumbó sobre la hierba antes
de que Bill dijese palabra, se acostó completamente sobre su cuerpo,
dejando caer de a poco su peso sobre el delgado chico, robándole la respiración.
Sus ávidos labios comenzaron a moverse y su lengua recorría entera la cavidad
bucal.
Bill solo no
podía resistirse. Lo amaba tanto, para él Georg era como una especie del dios del sexo, era
hermoso a sus ojos.
Con
su imponente cuerpo le doblegaba y sus
labios, que delgados sabía utilizarlos bien, mejor que nadie que Bill hubiese
conocido.
Suspiró
ente sus labios y dejo que el castaño le
recorriese con sus ásperas manos las piernas
por encima del pantalón, sintiendo
como las mariposas llegaban a su estómago, olas de sensaciones
invadiéndole por dentro, mientras con los ojos cerrados le besaba.
De
nuevo había caído. Georg era demasiado para él como para dejarlo ir. Al menos
así lo sentía Bill.
Sus
manos comenzaron a colarse por debajo de la polera, acariciándole su suave y
plano vientre.
Pero
Bill se sentía cohibido, no le gustaba dar que hablar en lugares públicos, ni
estar bajo miradas curiosas, aunque poco
conseguía quitarse en ocasiones a su novio de encima.
Empujó
la mano con disimulo mientras le seguía besando. Georg insistió más, empujando
con más ganas en oposición del moreno,
pero Bill puso más fuerza en su mano, logrando sacara el brazo de su
novio por completo. Temió que se enojara, pero realmente no se merecía, no
merecía gozar de su cuerpo después de lo que había hecho. Al quería castigarlo
solo un poco, hacer que le pidiera perdón de una manera más convincente.
—Con
una mierda, ¡Te vas a dejar o me largo! — le gritó exasperado, mientras sacaba
completamente su brazo y lo agitaba en
el aire.
Bill
se quedó serio y le miró asustado a los ojos.
—Georg,
tu sabes que no me gusta esto de que nos miren —dijo apenado—, mejor cuando
estemos… — pero ni si quiera pudo terminar de hablar. Su novio estaba
histérico.
—Y
luego te quejas de que me busque alguien
más. —Soltó con reniego, levantándose del suelo y al tiempo que sacudía sus
pantalones. Después se acomodó el cabello
y limpió sus labios del resto del beso que inconcluso quedó—. Cuando dejes de ser el niñato de mierda que
eres me buscas.
Bill
no había dicho nada más. Solo vio como Georg se alejaba de él, mientras un nudo
crecía en su garganta y las ganas de llorar comenzaban a atacarle.
Ni
si quiera sabía por qué dejaba que le tratara de esa forma ¿si le quería por
qué solo no le hacía sentir bien y le comprendía? Un novio se supone que es
para apoyarle, ayudarle y darle ánimos, aparte de mucho amor. Pero Georg no era
un novio cualquiera, menos común, así que se resignó.
Mañana
le buscaría, ahora seguro estaba tan cabreado que lo mandaba a la mierda en
medio de la universidad y no quería más humillaciones. Ya bastante tenía con
los cuchicheos que surgían cuando llegaba y sin más le agarraba el paquete en medio de todos, o
cuando comenzaba decir que ‘él jadeaba como perra’ cuando estaban juntos. Todo
eso solo era un depresivo para su
autoestima.
Georg
a veces parecía quererle hacer daño. Más cuando estaban solos los dos, sin ojos
ni espectadores, podían ser tan adorable si hacía lo que pidiese. Tenía que
estarle complaciendo siempre y si no, se malhumoraba. Así que Bill siempre
buscaba tenerlo contento para que no se alejara de su lado.