martes, 24 de agosto de 2010

realidad o fantasía...




Lo primero que aprendes en la calle, cuando estás solo, cuando no tienes nada en los
bolsillos, cuando no tienes un trozo de pan que llevarte a la boca, cuando eres un mocoso
debilucho con los brazos tan delgados como un hueso de perro, rodeado de miles de
personas mucho más fuertes que tú, capaces de hacer cualquier cosa por conseguir un lugar
donde pasar la noche, algo de sexo de la manera más sencilla, un cartón de tabaco o una
jeringuilla afilada repleta de caballo de segunda… es aprender a ser listo. Tienes que saber
cuando dar la espalda, cuando escupir a la cara, cuando gritar, cuando pelear y cuando huir.
Tienes que aprender a renunciar a aquellas cosas que te interesan, que deseas. Y lo primero
a lo que renuncias es a la confianza. A tu buena voluntad. A tu simpatía. Al bien que todo ser
humano dice tener…
Lo segundo que aprendes en la calle es que el hombre, el ser humano… es un hipócrita y un
cínico. Que los derechos humanos, las libertades individuales y la igualdad, no existen. Que
son una invención del hombre hipócrita que todo el mundo lleva dentro para aparentar ser
bueno, para beneficiarse de las personas que lo rodean. Todo el mundo es hipócrita, unos
más y otros menos. Y esa es la única diferencia entre un hombre y otro. Su grado de
hipocresía…
Lo tercero que aprendes en la calle es que ser “bueno” no lleva a ninguna parte mientras
que, ser “malo“, puede hacerte dar la vuelta al mundo.
Y esas tres lecciones pueden reducirse en una sola norma. Simple y clara: Si eres lo bastante
listo como para no cometer estupideces, no las cometas.
Pero… desde la comodidad de una cama de sábanas azules, como el cielo iluminado por el
Sol, con la cabeza sobre una almohada de plumas, suaves, con el olor que desprende un
campo de jazmines a primera hora de la mañana, bajo un techo sin goteras, de un verde
claro impecable, a una temperatura cálida y agradable… desde ahí, las cosas se ven de
diferente manera. Y las lecciones cambian. Se vuelven más flexibles y a consecuencia de
ello, las personas se vuelven más blandas y débiles, se tranquilizan, bajan la guardia, y
cualquier estupidez se les hace un mundo y se les atasca en la garganta.
Las personas se vuelven débiles e ingenuas o, quizás, por tanta hipocresía y superficialidad,
acaben convirtiéndose en auténticos villanos.
Pero… por supuesto, desde la comodidad de una cama de sábanas azules las cosas se ven de
otra manera y, sobretodo, si a tu lado descansa un niño puro, ingenuo, ajeno a toda la
hipocresía del mundo. Un niño grande que juega con un petardo, de los que se encienden y
chisporrotean emitiendo una luz cegadora y, no sabe que en cualquier momento, el petardo
puede escurrirse de sus manos y quemarle la cara.
Un niño grande que se mantiene puro y brillante entre tanta oscuridad.
Mirarlo dormir tranquilamente, con la cara resplandeciente y los ojos cerrados, los labios
curvados, sonriendo como si estuviera soñando con piruletas y dulces, en la casita de Ansel y
Gretel. El pelo del que tanto presume, coqueto, revuelto y extendido por toda la almohada.
Su cuerpo desnudo, tan blanco, como si nunca le hubiera dado la luz del sol, como si
estuviera hecho de nieve. Como si fuera un muñequito de nieve. No… ni siquiera la nieve es
tan perfecta. Siempre acaba fundiéndose.

algo que debo reconocer es que amo como detalla sus escritos esta niña con una cabecita magnificente. By Sarae (Muñeco abandonado)

wibiya